II - La chica de las gafas rojas



Julia y Yenis se prepararon para ir a clase. Julia lo cogió del brazo, sobre todo sabiendo que se encontrarían, otra vez, con alguna compañera de camino al instituto.

Llegaron y se dirigieron al gimnasio, pues a las dos primeras horas tenían clase de Educación Física, aunque a algunos solo les importase el hecho de poder ver tetas rebotando.

El profesor empezó poniendo a todos a correr para ir calentando. Algunas compañeras que iban detrás de Julia cuchicheaban, como ya era casi costumbre, lo grandes que eran sus pechos; lo peor es que no por envidia, sino por mera intención peyorativa. Éste había sido siempre el gran problema de Julia desde hace ya unos años y la razón de que en cierta medida empezara a estar incómoda con sus compañeras más allegadas e incluso a veces con los chicos. Hubo algunos que se burlaban de ella y otros que incluso traspasaban la línea entre la molestia y el acoso. Por suerte para Julia, este hecho ya no le incomodaba tanto como antes; ahora tenía a Yenis y una posibilidad de hacer justicia, es decir, de hacer que las cosas fueran exactamente como a ella le convenían.

Llegó el final de la clase y todos fueron a ducharse. Mientras Julia se duchaba pudo oír una conversación más que interesante para ella:

—Con las notas que saca Yenis, ¿cómo puede preferir a Julia? Nosotras tenemos un cuerpo mucho más compensado —decía Débora. Otra compañera de clase, de pelo teñido de color violeta y corto, llegando al cuello.

—Yo tampoco lo entiendo. Y encima se van a vivir juntos; ya pueden hacer todo lo que quieran cuando quieran —rechistó otra compañera.

Exacto. Puedo hacer lo que quiera con él, pero por supuesto no permito que me toque un solo pelo. Mientras vosotras tendréis parejas que os dominan, yo domino a este chico, que hace lo que sea por mí —pensó Julia, mientras sonreía a la vez que se enjabonaba la cabeza.

—Pues yo no pienso dejarlo escapar. Cualquier día me lo llevo al huerto y le enseño cómo es una chica de verdad, y no esa tetuda que tiene por novia.

Al oír eso, Julia casi se tira del pelo más fuerte de lo que ya lo hizo sin querer. Salió de la ducha y fue hasta ella. La cogió del pelo y le empujó la cabeza hacia abajo.

—¡¿Y tú qué sabes las chicas que le gustan a Yenis?! ¡¿Has hablado alguna vez con él, siquiera?!

—¡¿Qué haces?! ¡Suéltame! —gritó Débora. Julia la soltó, no sin antes conseguir tirarla boca arriba al suelo. Le puso un pie sobre el cuello y comenzó a hacer presión, por lo que varias compañeras inmediatamente la sujetaron y la alejaron de Débora.

Una chica de baja estatura, aproximadamente metro y medio, pelo corto y gafas de pasta rojas estaba pasando totalmente desapercibida, sentada en uno de los dos bancos del vestuario, sin atreverse a intervenir.

—¿Se puede saber qué te pasa, Julia? ¿Querías matarla o qué? —interrumpió otra compañera.

¿Matarla? Era lo primero que se le pasó por la cabeza, pero si hacía lo mismo con todas, tal vez el instituto se convertiría en uno de los posibles escenarios del Yandere Simulator. Débora se incorporó y Julia se calmó, así que la soltaron. Ambas tenían la respiración acelerada, pero Julia intentó mantener la cabeza fría y pensó que lo mejor era enmendar la situación.

—Perdón; me he sobrepasado. Pero ella acababa de insultarnos a mi pareja y a mí —Débora no dijo nada.

—Bueno, Débora te pide perdón, pero que esto no vuelva a pasar.

Todas las chicas acabaron de ducharse y cambiarse, y fueron saliendo del gimnasio junto con los chicos. El profesor iba a cerrar la puerta cuando una chica bajita de pelo corto le pidió que le dejara entrar otra vez al vestuario un momento. Se había dejado sus gafas de pasta rojas.

Ya en casa y después de comer, Julia y Yenis se cambiaron y decidieron ir a un bar que además tenía un pequeño escenario y un reproductor con varias versiones instrumentales de diversas canciones, aunque siempre podías llevarle al encargado un pendrive con otra melodía para cantar algo diferente; lo conectaban al ordenador portátil que tenían conectado y listo. No es que a Julia le interesara el mundo otaku ni muchísimo menos, pero sí era fan de los clásicos planes de pareja, al menos desde hace escasas fechas, asimismo este era uno de ellos. Además, aunque por falta de hobby no viera anime, había algunas series de las que inevitablemente había oído cosas por hacerse muy famosas. Pero al contrario que ella, Yenis usaba con bastante frecuencia el ordenador. Incluso en este tiempo había llegado a leer varios libros sobre montaje y manejo de ordenadores, así que llegó a abrir el mismo para limpiarlo y tener algo de práctica con sus componentes. Después, a base de investigar y aprender también por Internet, acabó descubriendo el anime y ojeando unas cuantas series.

Llegaron. Miraron las canciones que había disponibles, y Julia se fijó en un anime del que hubiera sido imposible no saber nada; se había hecho realmente famoso cuando se emitió. Tenían la primera canción de apertura disponible, así que decidió cantarla. Yenis observaba sentado como lo hacía con pasión e imitando los gestos y miradas de cierto personaje femenino de la serie de mente oscura y obsesiva.

Al acabar, Yenis se levantó y subió al escenario. Al contrario que Julia, él escogió otra canción bien distinta. El tema de cierre de un anime más infantil, pero que le había sacado los colores en su momento, con sus siete protagonistas femeninas. Y lo cantó hasta el final: «“Te quiero” quiero oír...». Quién sabe ya si en el fondo se trataba de una especie de súplica dirigida a Julia para que lo aceptara y decidiera cambiar su forma de ser...

La gente aplaudió, aunque no tanto como con Julia. Ambos se dirigieron a la barra, Julia pidió un café y Yenis, un refresco de naranja. Entre que a Yenis no le gustaba el café y lo que acababa de cantar, Julia no pudo evitar reírse ni quedarse callada.

—Sí que te ha gustado esa serie. ¿Tus gustos no serán algo infantiles?

—Creo recordar que sobre gustos no hay nada escrito.

—Sobre gustos hay mucho escrito, el problema es que tú no lo has leído —dijo, riendo y dándole una palmadita en la espalda.

Salieron del local y fueron de vuelta a casa, pasando por una máquina expendedora para comprar otro par de refrescos. No tardaron ni diez minutos en llegar a ella.

—Una pena que no puedas controlar el metal; con ese poder nos ahorraríamos algo —decía Julia, pensando en las espirales metálicas de la máquina que sostenían los productos.

—Sí… Es una de las pocas cosas de las que estoy seguro, lo que puedo manejar es el fuego, aunque no sepa cómo ni porqué… —se quejó Yenis con cierta indignación—. Me gustaría saber más sobre mí… Aunque, por supuesto, tú eres lo primero. —Julia sonrió; por fin su chico decía algo con sensatez. Yenis volvió a mirar su colgante, y le dio tantas sensaciones como de costumbre: ninguna.

Llegó el viernes, y con él, el examen de matemáticas. Yenis pudo resolverlo con soltura; él entendía bien los conceptos. El que lo estaba pasando algo peor era Mario. Yenis lo había notado, pero ya no podía hacer nada por él. Julia lo llevaba preparado, así que esta vez no tuvo que pedirle a su novio que le hiciera el examen en un abrir y cerrar de ojos, literalmente. Las dos horas pasaron lentamente para ellos, pero seguramente no tanto para algunos compañeros de clase. Hubo quien puso su nombre y salió del aula.

Sonó el timbre del recreo y los que quedaban entregaron sus folios. Después, las últimas horas de clase pasaron sin novedad ninguna.

—Yenis, por mí podemos irnos. ¿O tienes algo que hacer?

—Pues ahora que lo dices… Me gustaría preguntarle a Mario qué tal le ha ido el examen. No tardo nada.

—Vale. Yo mientras voy a la cafetería a tomar un café rápido. Búscame allí luego —Julia salió del aula para dirigirse a las escaleras.

Luego, Yenis solo tuvo que doblar la esquina del pasillo para ver a Mario.

—¡Ey! ¡Mario! —se dio la vuelta al reconocer perfectamente la voz de su compañero.

—Anda, Yenis… ¿Qué tal examen? Supongo que bien…

—Yo sin problema. Supongo que el lunes ya nos darán las notas. No te preocupes... —le animó Yenis, dándole una palmada en el hombro. Pero sabía que no podía dejarlo así— Sobre lo del otro día... Lo siento. Tenía que haberte ayudado. Podíamos haber quedado en cualquier sitio cuando fuera para mirar alguna cosa...

Se despidieron y cada uno marchó en una dirección, pero al darse la vuelta, Yenis tropezó con alguien a la cual se le cayeron los folios que llevaba en las manos.

—¡P… Perdona! Iba distraída…

—No, no, si fue culpa mía… —dijo mientras le ayudaba a recoger los papeles.

Yenis levantó un poco la cabeza y enseguida reconoció a su compañera de clase, Sara, sus gafas la hacían inconfundible. Tenía el pelo tan solo un poco largo, le llegaba hasta los hombros, de color rosa claro, y unos ojos anaranjados.

—No… No hace falta que me ayudes, que supongo que tendrás prisa…

—Ninguna. Como ahora no hay clase… —respondió Yenis mientras recogía los folios.

—Pues yo iba a pasar por conserjería para que me grapasen esto e irme a casa… ¿Y qué tal el examen? ¡A mí bastante bien! ¡Seguro que el lunes nos dan la nota! Yo creo que apruebo. ¡Pero tú ya seguro! Como se te dan tan bien estas cosas… ¡O sea, las mates! Ya me entiendes… —decía Sara, algo nerviosa, mientras movía las manos y la cabeza de un lado a otro.

—Eh, sí… Seguro que el lunes vemos los exámenes. Hasta otra, Sara.

Yenis le dio sus papeles, se incorporó y se fue en dirección a la cafetería.

Sara quedó en el sitio con una cara bastante parecida a un tomate—. ¡Ays! ¡Céntrate! —pensaba mientras se daba unas palmadas en la cara con ambas manos, lo que ocasionó que se le volvieran a caer los folios.

Yenis llegó a la planta baja y se dirigió hacia la cafetería. Allí estaba Julia, con una taza de café vacía.

—Vaya, sigues vivo. Y eso que he visto a Mario bajar hace rato.

—No, no, es que tropecé con Sara, se le cayeron unos papeles y le ayudé a recogerlos.

—¿Sara? Sara, Sara… Ah, sí, la chica invisible. Es esa bajita de gafas de color rojo, ¿no?

—Sí, esa misma.

—En fin; vamos a casa.

Llegaron al edificio y subieron, sin darse cuenta de que Sara les había seguido de lejos desde el instituto.

—Así que viven aquí…

Entonces Sara hizo una expresión negativa con su cabeza y se dio palmadas en la cara a ambos lados. Continuó caminando hacia su casa; no entendía ni para qué se había parado allí.

Siguió su camino durante diez minutos más hasta llegar. También vivía sola, ya que sus padres viajaban mucho por trabajo.

Sara se sentó en el sofá de su salón. Había estado algo nerviosa esos días por el examen, pero ahora ya estaba hecho; era viernes y tocaba descansar un poco. Se acomodó y aprovechó para seguir con el libro de Aldous Huxley que les habían mandado leer en clase de Filosofía; por suerte estaba resultando una lectura sencilla.

Estuvo unos cuarenta minutos leyendo, ya había pasado de la mitad del libro y el examen sería en diciembre; no tenía que preocuparse por esta asignatura. El profesor les había dejado toda una evaluación para leerlo. Fue hasta la habitación y se sentó en cama a la vez que abrazaba su almohada con una mirada dudosa.

«Hasta otra, Sara».

Las últimas palabras que escuchó de Yenis le llegaron a la mente y abrazó aún más fuerte la almohada. ¿Podía ser que se estuviera enamorando de él? Es cierto que le llamó la atención el primer día de clase, pero no sabe casi nada sobre ese chico, no más de lo que ya se conoce en toda el aula. De momento había demostrado que se le daban bien todas las asignaturas y que era alguien agradable, pero de ahí a sentir algo por él… Sara volvió a darle un achuchón grande a su almohada y decidió coger el móvil, los auriculares y tumbarse para despejar la mente. Era fin de semana, acababa de tener un examen de matemáticas y no tenía la cabeza para quemarla más.



—¡Víctor! ¡Le hemos encontrado!

Un hombre de aspecto relativamente joven, que debía tener sobre treinta años, y de complexión fuerte sonrió con una expresión afable, a la vez que se levantaba de la silla de su escritorio. Fue junto a la persona que le acababa de informar: otro varón más mayor y de menos estatura, con pelo canoso. Ambos se encontraban dentro de una gran biblioteca.

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